En muchos países de América Latina, el dólar estadounidense no es solo una moneda extranjera: es una herramienta de supervivencia económica. En 2025, la dolarización informal —es decir, el uso del dólar sin que sea la moneda oficial— se ha intensificado como respuesta a la inestabilidad financiera y la pérdida de valor de las monedas locales.
En países como Argentina, Venezuela o Nicaragua, el dólar circula en mercados, comercios y hasta en transacciones inmobiliarias. Aunque los gobiernos promuevan el uso de sus propias monedas, la población ha adoptado el dólar como refugio ante la inflación, la devaluación constante y la falta de confianza en las instituciones financieras.
Este fenómeno no es nuevo, pero se ha acelerado con la globalización digital. Plataformas de remesas, billeteras virtuales y cuentas en dólares accesibles desde el celular han facilitado que más personas manejen su dinero en esta divisa, incluso sin tener acceso formal a la banca internacional.
Sin embargo, esta dolarización informal también tiene riesgos: acentúa la desigualdad (no todos pueden acceder a dólares), limita la política monetaria de los países y puede generar tensiones con el sistema fiscal, ya que muchas operaciones ocurren fuera del control del Estado.
En resumen, el dólar se ha convertido en una válvula de escape frente a las crisis recurrentes en la región. Pero depender de una moneda extranjera para proteger los ahorros o realizar compras cotidianas es una señal clara de que los sistemas financieros locales necesitan reconstruirse.
Mientras tanto, para millones de latinoamericanos, ahorrar en dólares sigue siendo, más que una elección, una necesidad.