En lo que va de 2025, los rumores de una posible recesión han pasado de ser simples especulaciones a convertirse en una preocupación concreta para economistas, inversionistas y ciudadanos. Aunque aún no hay una declaración oficial de recesión global, varios indicadores están marcando una clara desaceleración económica.
Por un lado, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) ha sido débil en las principales economías del mundo. En Estados Unidos, el crecimiento ha sido inferior al 1% durante dos trimestres consecutivos, una señal técnica de recesión. Europa enfrenta un panorama similar, con Alemania e Italia mostrando contracciones en sectores clave como la industria y la energía.
Además, la inflación continúa siendo un problema persistente. Aunque ha bajado respecto a los picos de 2023, los precios siguen altos, especialmente en alimentos, combustibles y servicios básicos. Para combatir esto, los bancos centrales han mantenido tasas de interés elevadas, lo que a su vez enfría el consumo y encarece los créditos.
En América Latina, los efectos son aún más visibles: devaluación de monedas, reducción de inversiones extranjeras y aumento de la informalidad laboral. Esto impacta directamente en el bolsillo de la gente, que ve cómo su dinero rinde cada vez menos.
¿Estamos al borde de una nueva recesión? Técnicamente aún no hay consenso, pero todo apunta a que podríamos estar entrando en una etapa de estancamiento económico prolongado. En este contexto, es vital tomar decisiones financieras con cautela: ahorrar cuando sea posible, evitar endeudamientos innecesarios y, si se puede, buscar fuentes adicionales de ingreso.
La historia nos ha enseñado que las crisis no duran para siempre, pero quienes se preparan con anticipación suelen salir mejor parados cuando la economía finalmente se recupera.